Mecánica Popular... ¡O cada quien a sus cromosomas!


Bueno, pues olvídense de la remozadita. La verdad es que desde hace una semana estoy imbuída en mis más personales pensamientos, y no he tenido la pericia de la escritura, y aquello de ponerme creativa con los colores no me ha redituado. Estoy muy feliz, pero no dejo de pensar...

Pero o.k., paciencia que voy por partes. Hasta hace exactamente una semana, mi mundo era de lo más normal. Por un breve lapso de tiempo, nada de cuestionamientos intrínsecos –de aquellos pésimos que obran muy bajo en el espíritu- ni nada de esas líneas alternas que una suele pensar disfrazadas de la típica conjetura de los hubieras: Nada. Es de esas pocas veces en la vida en donde ese brevísimo solsticio de inmovilidad resulta delicioso. Como algunos de ustedes recordarán, había estado un tanto enferma, y si no lo estaba, al menos sentía que todo aquello que podría estarlo, lo estaba.

Como sea, cogí un poco de ánimo y me enfrasqué en la dinámica de consultorio, que es, hacer cita, después de pasar por el aprendidísimo tono telefónico de la recepcionista del consultorio, obtener una, y ya ahí, sentarse a esperar una eternidad entre revistas manoseadas centenares de veces, de verdad no importando la jerarquía del lugar. La verdad es que si hay algo que destesto son las citas con los médicos –de cualquier especie- y los consiguientes rituales de examinación y paternalismo hipocrático, pero ese día me decidí a ser buena nena y echarle a mi aversión, candado.

Todo parecía apuntar a la sintomatología del “contratado” común. El estrés obra rápidamente en los cuerpos y la cafeína usualmente suele ser un secuaz acomedido. Las comidas “improvisadas” en cualquier cafetería del “consorcio” o algún restaurante que quede a buen tiempo a pie, hacen malicias en los pobres cuerpos que se alimentan del nunca tener tiempo: Una vil y común gastritis con su consecuente acidez estomacal... Pero ¡¿ yo en esos andares?! Imposible... tendría más cordura el pensar por ejemplo en mi proclividad por lo festivo.
-Joder- me dije, mientras tomaba la receta de la doctora en la mano (ya se sabe, gotitas para apantallar al enfermo), y me veía entrar al segundo lugar más desagradable donde pararse: La Farmacia.

Un momento, pensé. ¿No será que ese reciente viajecito a Estocolmo haya sido la causa del asunto? Es decir, sospecho que... Vaya, vaya... que lo habíamos platicado pero de que haya resultado tan rápido, francamente me quedaban dudas mayúsculas. Y así sin quererlo, me encontré de pronto preguntándole a la empleada de la farmacia si tenía una prueba de embarazo a la mano. No sé por que, cada vez que sale al tema eso de los críos, las mujeres miran a las otras de una manera condescendiente y solidaria que hasta la fecha no me he podido explicar, algo así como una especie de membresía a una sociedad prenatal. Después de recibir la consiguiente miradita del club de los mamelucos, pagué el test y me fuí rápido a casa para leer el instructivo, porque créanlo o no, después de tooooodo mi kilometraje, jamás necesité echar mano del instumento que ahora tenía en mis manos.

Lectura escrupulosa de la A a la Z. Observación minuciosa del “lapicito” ese. Dominio de la situación. Ejecucción de la acción. Listo, cierre del capuchón. Espera. Tres minutos transcurridos. ¡Doble raya!... Va usted a ser mamá. Levántese de la conmoción que la noticia le ha causado. Ría, llore, pero por favor ¡haga algo! Jajajajajajaja.

Así es mis querridows lectores. Acabo de sacar membresía en primera temporada para ¡el club del los chupetes tedescos!

Como sea, Sastre y yo estamos muy contentos – y muy sorpendidos- de mis facultades digamos, fértiles.

Prometo escribir en breve...

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