Celebrando el no día de la mujer... en términos de Lewis Carroll.



Cuando llega esta fecha, la reacción mediática no se hace esperar. Todo lo que leemos o escuchamos tiende a las cifras, a las loas de un reducido grupo de mujeres y a la cantaleta pesudoconcienzuda de las diferencias que todavía se manifiestan claramente en relación a la mujer y todos sus ámbitos de injerencia. El leer todo aquello no termina por enfermarme: Como si pensarlo una vez al año fuera algo más que un paliativo.

Tengo opiniones muy encontradas al respecto. Por ejemplo, a veces pienso que todo este síndrome claudicatorio que sobrellevan algunas mujeres, obedece a su temprana programación: Las niñas no deben ser aguerridas, independientes y curiosas, sino “femeninas” (aún no comprendo este tipo de feminidad), lánguidas y deseosas de encontrar a un guía que les muestre la senda de la vida (¿?).
Es así que a veces, el rol de algunas mujeres se reduce sólo a aceptar y a quedarse satisfechas con su estaticidad y su nula inercia. La frase tener vida propia es como las monedas al final del arcoiris...

Muchas mujeres, comienzan en la veintena decididamente muy "impulsivas", son –amparadas por la gracia que da la inherente juventud, pero apenas entran a la treintena, están más que deseosas de bajar la guardia y tomar como sea y donde sea a un "guía" que le de sentido a su existir, que les dé la oportunidad de ser mamis o sencillamente que caliente el lecho de vez en cuando, porque la soledad deviene en un lugar gélido... Aquí siempre me he perdido en el camino ¿qué les sucedió, es decir, eso ha sido madurar? Madurar, como si fuera tiempo da cambiar el auto.



Hay otras, que creen que siendo de lo más putas, están logrando un destrampe existencial de lo más profundo, una como especie de rebelión a las centurias de virginidad que trastocaron todas sus libertades sensoriales, pero no sé por que, siempre me suena aquella postura como una careta para interesarle al hombre en planos más comprensibles para él... y entonces caemos en la cuenta de lo fácil que es autoetiquetarse como cosa en función de.

Todavía me cuesta trabajo envidenciar mi lugar en el mundo por las diferencias morfológicas entre hombres y mujeres. Hay especialistas que plantean que no sólo son diferencias biológicas o químicas sino además, profundas diferencias psicológicas, lo que me lleva a pensar que todo ello son sólo situaciones generacionalmente aprendidas. Los famosos roles que estandarizan el masulino y el femenino, viéndose como exclusivos el uno al otro, olvidándose de que son inclusivos. Pocas mujeres se atreven a romper el esquema repetitivo cuando son madres... cosa en la que pienso constantemente hoy día.

Cuando comenzé a percatarme de esos famosos cambios morfológicos, me sentí de lo más traicionada –lo confieso- pues los hombres a mi alrededor símplemente no dejaban de mirarme distinto. Fue así que les costaba trabajo aceptar mi curiosidad, sin interpretarla como un interés amoroso. Las amistades, que para mí eran fraternales, siempre terminaban en el enamoramiento de ellos y mi franca decepción y hastío. Comenzé a sentirme un poco menos persona –y por ende en desventaja- a la par que descubría casi por inercia, las tácticas de seducción. Seducción que usualmente siempre funcionaba. Pero esa, esa no era yo. Esa era una estratagema para confundirse eventualmente con el medio, así como los peces que tienen dibujada una cabeza en la cola –igualita a la propia- para dar al impresión de estar siempre alerta.

Fue que en esas tormentas de ajuste llegó a mis manos El Segundo Sexo de Beauvoir, y que aunque aquello fue el libro de cabecera de las mujeres emancipadas y movimiento incluído, a mí me entreabrió la puerta un poco más de golpe, a lo que había estado dilucidando desde que era una niña: Fue algo así como encontrar una red de mariposas para mis pensamientos dispersos y revoloteantes. Después de ese libro surgieron otros más, y siempre me gustó conservar la cabeza fresca y nunca perder el sentido crítico, mientras engullía pensamientos que otrora se encontraban con los míos u otrora chocaban explosivamente. En este proceso recuperé a la persona que creía se devanecía entre perfumes y artilugios y me ví más claramente, gustándome más y sintiéndome tranquila en mi piel. Ahora espero a un pequeño viajante y mi conciencia se siente clara y diáfana, casi como agradeciendo mi morfología a la par de mi curiosidad.

Leía hace un par de días un zafarrancho que se armó por estos lares con respecto a un anuncio de Dolce & Gabbana. Muchos hombres, una mujer sometida. Todas – y algunos todos- brincaron con las uñas prestas a der el zarpazo porque aquello era un anuncio de lo más machista y denigrante para la mujer. No puede evitar una sonrisa socarrona al leerlo. Las desigualdades símplemente en el plano laboral son harto más restirctivas que un anuncio, pero claro está, estas generan menos bullicio que un consorcio millonario en aras de la integridad de la mujer.


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