En las cajas del olvido.


Bueno, he estado ausente un par de días. No he podido escribir algo. Primero porque he estado muy ocupada y segundo porque también me he sentido un poco enferma. Nada grave, pero con malestares que me han tendido en la más desastrosa inapetencia, y la cual me permite hacer lo que considero "Absolutamente necesario".
Me tomé una tercia de días libres y ya en casa, comenzé a ordenar algunas cosas que había aplazado desde la mudanza. Cajas de cartón que francamente olvidé qué tenían dentro porque buenamente no rotulé con más información que la de mi nombre... Me hize un té y abrí las cajas. Con lo que me topé fue con mis libros, cuadernos y demás bagajes académicos, los cuales no veía desde -creánlo- comenzé a trabajar.
Encontré en una carpeta negra, todos mis escritos, más bien, todos mis intentos literarios desde que las letras me tomaron como aprendiz, y ya entrando a otros estados de conciencia, por el sólo hecho de verme a mí misma pero en otro tiempo y con otros pensamientos, comenzé a releer poemas, historias, cuentos, ensayos... con mi garrafal estilo novel y mi franca inexperiencia. Hubo uno que me llamó francamente la atención porque encerraba justamente algo de malestares estomacales, y porque curiosamente, también se mencionaba el té, aunque de una manera muy sui generis.
La historia de este cuento -que es un cuento en realidad muy simplón- tiene su orígen en una "escapada" que hice por tren (exacto: Una odisea) al no poder conciliar el sueño, primero por las condiciones tan precarias del tren, y segundo porque algún personaje tuvo la peregrina idea de hacer relatos sobre magia, herbolaria y demás relativismos prehispánicos. Todavía recuerdo el olor a tierra húmeda y la negrura de la noche que, para un ente tan citadino como yo, me imponía mucho respeto.
Les transcribo a continuación una historia de mi tiempo más púber, y quizá por ello, más entrañable...
-------------------------------------------------
Tengo los pies entumidos. El frío y la húmedad comienzan a treparse por mis piernas, mis rodillas. Los siento invadiéndome mientras espero a Chai y doy pisotones en el suelo como si quisiera sacudírmelos, pero sin resultado.
Para ser honesta, no tengo idea del porqué decidí hacerle caso a Martina. Siempre me dió la impresión de que tenía un mundo aparte. La única vez que entré a su departamento fue para no volverlo a hacer. Su sala estaba llena de veladoras y de millares de hierbas en frasquitos multicolor. Recuerdo que fuí para –aprovechando esa idea de amistad vecinal- pedirle un poco de té porque tenía el estómago desecho. No era la primera vez que lo hacía, pero todas las noches anteriores, siempre me quedaba en el corredor que dividía su departamento con el mío, por aquello de no perturbar su intimidad a las casi once de la noche; Además que sobra decir, Martina tiene la facultad de enrarecer la atmósfera, y eso, era motivo suficiente para permanecer en el marco de su puerta.

Chai interrumpe mis pensamientos. Se disculpa a su nombre y a nombre de su tío, me dice que Don Luis no podrá verme esta noche sino hasta que yo se lo diga. La aseveración me deja muy confundida y sin pensarlo demasiado replico en tono muy demandante:

- Chai, no viajé casi siete horas en autobús para tener vacaciones en Xiencantén ¿sabes? Si tu tío no me puede recibir ahora entonces ¿cuando?

Chai se ríe y me mira condescendiente, como se mira a un niño cuando éste no comprende lo que para todos los adultos es indiscutible. Veo sus dientes blanquísimos que contrastan gravemente con el tono de su piel, y pienso que quizá mis maneras citadinas son groseras, pero estoy cansada y el hombro me duele por el peso de mi mochila.

- No, tú no entiendes. Ustedes nunca entienden nada. Ya te dijes que hoy no se puede, que hasta que tú quieras. Mira, te voy a dejar a donde casa de doña Carmita pa’ que entiendas. Ahí vas a dormir, y ahí te vas a quedar hasta que quieras ver a mi tío- Me dice, mientras se sacude una palomilla que se le estaciona en el antebrazo.

Me dispongo a negociar, pero mientras mi boca se abre para expresarle mi descontento, me doy cuenta de que Chai ya se puso en marcha, y curiosamente, mis pies ya lo han comenzado a seguir.

-A tí lo que te sucede es que alguien te está haciendo un “trabajo”- dice Martina mientras saca de sus frasquitos lo que en ocasiones me he estado bebiendo. Siempre he pensado que esas son historias que tienen su raíz más profunda en la ignorancia. No le digo nada, pero me comienza a interesar la mezcla que hace y con la cual llena un saquito de té.

- Listo, para mañana en la mañana te vas a sentir mejor-

Me lo dice con tanta decisión que comienzo a creerlo, pero me intriga de sobremanera la teatralidad con la que se desenvuelve y todo lo que ha utilizado para meter en la bolsita. Debo tener una cara de lo más expresiva porque me toma del brazo y me dice con ese halo misterioso que la rodea:

- Las yerbas que te puse en el té son receta de Don Luis, las aprendí cuando anduve viajando con Miguel. No sirven nomás que para engañar a lo oscuro, pero al menos te funcionan hasta que te lo puedas sacar de encima.

“Sacar de encima” pienso, como si realmente hubiera un color negro fustigándome la espalda. La verdad siento un poco de náusea. Las yerbitas que pone finalmente en un frasquito amarillo tiene un olor muy penetrante. Martina se da cuenta, pero no hace nada para justificarse, toma el sobrecito y me lo pone en la mano. Luego se acerca mucho a mí –tanto que me incomoda- y me dice:

-Lo he visto en sueños... a lo negro. Te tiene bien agarrada porque hay alguien que se lo pidió. ¿Porqué no visitas a Don Luis? A veces viene a la ciudad, pero creo que por estas fechas no puede.
- Gracias Martina- le respondo quietamente porque no quiero herir su sensibilidad, y prosigo diciendo –pero la verdad es que no soy partidaria de responsabilizar a la magia por lo que debe ser un simple malestar estomacal. Además no tengo tiempo y hay mil pendientes en el instituto y...- Justo acababa de pronunciar las últimas palabras cuando un dolor agudo en el vientre terminó por interrumpirme.


Doña Carmita tiene una expresión agria que contrasta con su amabilidad. Tiene una especie de chal tejido que se ve lo suficientmente abrigador como para envidiarlo. Chai nos presenta y se despide mientras Doña Carmita me invita a pasar en lo que apresta la estufa para hacerme un café. Me sabe delicioso. El sabor a canela me da un sentimiento de pertenencia pocas veces rebasable.

- Viene a ver a Don Luis ¿verdá?
Yo asiento con la cabeza mientras sorbo ávidamente el café y mi cuerpo entra lentamente en calor.
- Ah, pues ya le preparé su cama. Le puse muchas cobijas por el frío, además de su agüita para que la cuide y pase bien la noche.
- ¿Qué agua?-le pregunto distraídamente mientras el cansancio se me presenta en forma de bostezo.
- Pus el agua debajo de su cama, pa’ que no venga el diablo- y dicho eso, explota en carcajada franca, propia de la gente sencilla.

La noche pasó sin contratiempo. Dormí mucho mejor de lo que en realidad esperaba. Desperté un poco desconcertada porque lo único que soñé gran parte de la noche fue un pájaro que se me hizo de lo más extravagante. Pero lo que más me llamó la atención, fue quizá el graznido tan recurrente y su manía de subir y bajar la cabeza mientras lo hacía. No le dí la menor importancia y me puse rápido los zapatos para encontrarme con Doña Carmita. No tuve éxito pues me encontré sola en su cabañita con pan dulce en la mesa y una jarrita con café que había que calentar.
Tratando de encender la hornilla me encontraba, cuando comenzé a escuchar ese graznido tan peculiar que se colaba en la cocinilla por la ventana del fondo. Dejé súbito la jarra metálica y me trastabillé en dirección a la ventana. Cual no sería mi sorpresa al encontrarme sentado en la cerca graznando, al pájaro de mi sueño.


-¿Ves?, te lo dije, de seguro sintió ese que ya nos dimos cuenta. Por eso te duele la panza, ¡por eso!-
Martina corrió y me escribió un número de teléfono. Me dijo que hablara preguntando por Chai. Inútil fueron mis pretextos generalizados para hacerla desistir, hasta que finalmente me dí cuenta de la inútilidad de mis intentos y terminé por tomar el papel mientras me despedía agradeciéndole su dedicación.
Ya en mi departamento, opté por ver un poco el televisor, proponiéndome ver al Doctor Quijano a la mañana siguiente.

Las semanas subsiguientes no cambiaron mi malestar en lo absoluto. Pero ahora mis dolores y náuseas eran acompañados por pesadillas nocturnas. Todas las noches me encontraba en la misma situación, esto es despertando aterrada porque en mi sueño me encontraba rodeada de una violencia extrema y hechos por demás sangrientos. Llegó un momento en que el sólo hecho de ir a la cama, me resultaba un ritual por demás tormentoso. El doctor Quijano no pudo encontrar nada anormal, incluso tiempo después de recibir los resultados del laboratorio. Mi desconcierto era máyúsculo pero más mi desosiego.

Eran las cuatro y pico de la madrugada cuando sonó el timbre de mi apartamento. Es obvio que no intentaría por ningún motivo abrir la puerta a esa hora, hasta que escuché la voz de Martina y me decidí a abrir.
Venía armada con un huevo. Sin poder impedírselo, me llevó a la sala y me dijo que me íba a demostrar que alguien estaba utilizando la magia en mí. Me incitó a poner los brazos a la altura de mis hombros y cerrar los ojos. Sentí que ella estaba un tanto nerviosa, por lo que mi nerviosismo aumentó, pero la torpeza de sus manos en ese estado hicieron que perdiera el huevo, estrellándose contundentemente en el piso. Sin detenerse a pensar, se dirigió a la cocina, abrió el rerigerador. Tomó otro y comenzó entonces a pasarlo por todo mi cuerpo, y justo cuando me aprestaba para explicarle la irracionalidad de su proceder me dijo:

-Ven, acércate. Ahora sí vas a saber en dónde te están dando.

Por inercia obedecí mientras ella tomaba un vaso y abría el huevo deslizándolo por los bordes. Lo que ví me dejó con la boca seca. Aparecía un cerebro de lo más delinéado en la yema, el cual estaba lleno de algunos como hilos rojos.

-¿Ves?, te lo dije. Como no han podido con tu estómago ahora van con tu cabeza. Quieren que pierdas la cordura. ¿Ves esos hilos? Son agujas, te quieren dar en serio...


Ahí estaba el pájaro, graznando cada vez más fuerte. Traté de acercarme sigilosamente para no espantarlo, pero por más cuidadosa que era, el pájaro volaba de la cerca al naranjo de doña Carmita, y luego a la cerca del vecino y así. Yo lo seguía porque estaba empeñada en verle más de cerca y porque, parecía que el pajarraco aquél disfrutaba de mis intentos de cercanía, cosa que hacía a mi deseo acrecentarse.
Finalmente el ave se plantó en el parteaguas de una casa. Me acerqué pero ya no se movió, traté de acercarme todavía más aprovechando su quietud y justo antes de extender mi mano, un hombre en edad avanzada me hizo abandonar el intento diciendo:

- Veo hoy tienes ganas de verme. Soy Luis Chén, para lo que necesitas-
Y mi corazón dío un vuelco...

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Soltando el bofe...

Barcelona. Passatge del Crèdit 4.

Un misterio urbano...